Pasa el tiempo y el té se enfría, es obvio que hoy tampoco vendrá. Ella lo espera sentada con su mejor vestido de domingo, maquillada al natural como al él le gusta y con esa flor en sus cabellos café oscuro que la caracteriza tanto. Mueve sus dedos, demostrando nervios, sobre la mesa que bien preparo: mantel blanco con bordados en el borde, su tetera favorita acompañada de sus tazas de porcelana, el plato con masitas horneadas en la mañana por ella, y un regalito sobre la servilleta con una tarjetita hecha a mano. Todo preparado para él, como cada domingo que lo espera.
Se siente sola, sabe que lo está. El collar que tiene en su cuello, regalo de él para un aniversario, no es lo suficiente como una compañía, su compañía. Comprende que, no por tener su dije posado sobre su pecho, significa que él está cerca, que lo mantendrá atado a ello. Lo extraña; extraña su voz y su mirada penetrante.
Mira el té, está tibio. Se pregunta incansablemente si volverá; si eso tan hermoso que vivieron una vez, volverá a pasar; si todo seguirá como antes. Sus pensamientos llenan de lágrimas sus ojos, manantiales son contenidos en la profundidad de su mirar y por mas que desee, no cae ni una gota de ellos. Teme la gran decepción. Dirige su mirada hacia el reloj, el segundero no para de moverse. Vuelve hacia la taza y agacha la cabeza, mira su dije, no se resignó... Su amor es más fuerte y atravesará toda la distancia necesaria para hacerle saber a su amado que ella lo espera.
Aunque sabe que ya es tarde y la hora del té pasó, ella sigue con una sonrisa en su rostro, aun tiene la esperanza de que aparezca el otro domingo, con un ramo de sus flores preferidas- rosas y jazmines- y le diga que la ama, que nunca mas se alejará de su lado. Pasa el tiempo, y ella seguirá esperando.